Entrevista con Rodrigo: "Cuando todo hubo terminado, quedaba en el suelo un charco de sangre tan grande como el propio Rodrigo. Parecida suerte corrieron sus compañeros.
AQUELLA NOCHE
La noche del 4 de febrero de 2006 Rodrigo Lanza estaba celebrando una fiesta en casa de unos amigos en la barcelonesa calle de Jaume I. Con él se encontraban también su madre y su hermana. Sobre las 5 de la mañana Rodrigo abandonó la fiesta ,junto con otra gente, para recoger a Jana, una amiga con la que había quedado a las 6 a la estación “Arc deTriomf” del metro.
Algunas personas se volvían ya a casa, pero otras se dirigían a una fiesta que se celebraba en una casa de la calle Sant Pere Més Baix. Al llegar dicha calle se encontraron con un cordón policial a ambos lados que les impidió el acceso aduciendo que “no se podía entrar a la fiesta porque la casa estaba petada”. Como eran más de las 5 y media y se le hacía tarde para llegar a la cita, Rodrigo intentó explicar al guardia urbano que parecía al mando de dispositivo antidisturbios que necesitaba acceder al metro y que de ningún modo pretendía entrar en la casa. En este momento recibió un golpe por detrás de otro agente y cayó al suelo. Desorientado y sangrando se levantó ayudado por su amiga Marcela, mientras la policía comenzó a cargar contra la gente que se había ido acumulando ante el cordón policial. Su carrera fue cortada por un coche policial que casi los atropella. Del vehículo se bajaron dos agentes que les dieron el alto.
“Eran las seis de la mañana, estaba cansado, me habían dado un golpe en la cabeza, estaba sangrando y no había hecho nada...si me dicen que me detenga, pues me detengo”, recuerda Rodrigo.
Ante más de una treintena de personas, Rodrigo es esposado contra el suelo de una forma muy peculiar: mano derecha con pie izquierdo por detrás de la espalda e introducido en uno de los coches patrulla que iban llegando a la escena.
DE COMISARÍA...
“Esta noche la paso en el calabozo y mañana ya me soltarán”, pensó resignado Rodrigo, ignorante de que un agente de la Guardia Urbana yacía tendido en el suelo en estado de coma. Junto a Rodrigo fueron detenidas otras seis personas, entre ellas sus compañeros Juan Daniel Pintos y Álex Cisternas. Los tres fueron colocados al fondo del furgón y separados del resto por dos agentes. A Juan le habían roto la mano a patadas guardias urbanos ante numerosos testigos y el maltrato a los”tres sudacas”, como les llamaban los guardias urbanos, continuó durante todo el traslado a comisaría.
Al llegar a la comisaría de la Guardia Urbana, fueron desnudados y metidos al calabozo. En ese momento, Rodrigo fue consciente de la gravedad de su situación. “Entró un agente en el calabozo gritando : '¿Sabes que hay un compañero mío en coma? ¡Si él la palma, tú también!' y empezó a golpearme. Intenté defenderme, pero en la puerta había cuatro antidisturbios con cascos y porras, y comprendí que podían entrar y darme la paliza de mi vida”. Rodrigo se limitó a protegerse con los brazos de los golpes propinados por el policía. “Sudaca de mierda, Pinochet no hizo bien su trabajo. Hay que mataros a todos”.
Cuando todo hubo terminado, quedaba en el suelo un charco de sangre tan grande como el propio Rodrigo. Parecida suerte corrieron sus compañeros Álex y Juan, siendo los tres llevados a un hospital dada la gravedad de sus lesiones.
...AL HOSPITAL
“Nos metieron en un furgón normal de la policía”, detalla Rodrigo, “y como les íbamos a manchar los asientos de sangre, nos obligaron a ir tumbados bajo los asientos”. Hasta cuatro hospitales visitaron en un periplo de más de tres horas, hasta encontrar un centro hospitalario con una máquina de rayos X que funcionara. “Nos dejaban encerrados en el párking y ellos se iban a tomar algo a la cafetería del hospital”, comenta indignado Rodrigo. En la penúltima parada se les suma compañía: dos jóvenes, Alfredo y Patricia. ¿Su delito? Haber sufrido un accidente de bicicleta y tener “pintas” (crestas y cuadros) fue motivo suficiente para que los policías los detuvieran en el hospital, aunque ninguno de los dos había estado en Sant Pere Més Baix aquella noche.
Antes del reconocimiento médico, los agentes les recordaron lo que tenían que decir, si no querían tener problemas a su vuelta a comisaría. Así que, reconoce Rodrigo, ninguno denunció la brutalidad policial ni aclaró el origen de los golpes en nariz, cara y boca. “A Juan, antes de hacerle las placas, un policía le apretó la mano herida hasta que sangró por los dedos”, afirma Rodrigo.
MOSSOS D'ESQUADRA
A su regreso a comisaría les esperaban varios coches de los Mossos d'Esquadra, en los que fueron introducidos por separado y obligados a firmar un documento bajo coacción física. “Nos dijeron que era la declaración de nuestras pertenencias y que no hiciéramos más preguntas. Cuando me puse a leerlo, me golpearon, así que lo firmé”, explica Rodrigo.
En ningún momento se les había leído sus derechos ni se les había comunicado las acusaciones. “Habíamos perdido la noción del tiempo, durante las 50 ó 60 horas que pasamos incomunicados”. A la llegada a la Comisaría de los Mossos d'Esquadra les esperaban nuevas vejaciones. “Uno por uno nos introducían en un cuarto de reconocimiento fotográfico. Era una habitación vacía, con una silla y una cuerda, dos agentes uniformados y otro encapuchado vestido de civil.” Rodrigo reconoce que fue uno de los momentos en que más miedo pasó. “Me hicieron desnudarme a la fuerza. El encapuchado se me echó encima, otro de los policías me estranguló mientras sus compañeros me sujetaban”. Después le dejaron lavarse la cara para limpiarse la sangre. Un intento de beber agua fue castigado con más bofetones. “Si mi compañero se muere, vosotros saldréis de aquí con los pies por delante” fueron las palabras con las que terminó aquella sesión fotográfica.
Los tres amigos fueron conducidos a sendas celdas de aislamiento. “Cada cambio de turno que era lo mismo: entraban los mossos, nos insultaban, nos pegaban, nos escupían y nos tomaban fotos con el móvil.”, rememora Rodrigo. “Nos hemos quedado con tu cara. Si sales libre y te encontramos por la calle, te mataremos”.
TIENES DERECHO A UN ABOGADO
Sin embargo, no estaban solos. Afuera mucha gente se había congregado desde el primer momento y habían conseguido avisar a su madre y a un abogado.
“De pronto, me llaman: ¡Rodrigo Lanza, abogado!”, evoca emocionado. Era Eduardo, un viejo amigo, el cual le informa de la gravedad de las acusaciones: intento de homicidio de un guardia urbano, ¡hasta 20 años de cárcel!”.
“Yo aquí me derrumbo y me echo a llorar”, confiesa Rodrigo. Pero Edu le da ánimos: “No les des ese gusto de verte así.” No hay tiempo para relatarle las torturas , los dos días a base de un vaso de agua y un sándwich, ni las múltiples irregularidades en los atestados policiales, empezando por el registro de las nacionalidades: a Juan, con DNI español aunque nacido en Argentina, le adjudicaron nacionalidad argentina, mientras que a Álex, casado con una española, y a Rodrigo, con NIE italiano, los identificaron como “chilenos ilegales”. Iban a declarar ante la jueza Martínez del juzgado de instrucción nº.8 de Barcelona.
Era la oportunidad de contar por primera vez todo lo ocurrido a Rodrigo y sus compañeros de infortunio. Sin embargo, las esperanzas se disiparon nada más comenzar las preguntas la jueza. “No hizo falta que el fiscal nos interrogara, la jueza nos trató como si ya fuéramos culpables”, asevera Rodrigo. “Si vienen mil contándome lo mismo que tú, yo seguiré creyendo a la policía”.
Ya mentalizado de lo que le esperaba, Rodrigo volvió al calabozo junto con Álex y Juan. “Me esperaba prisión para mí por intento de homicidio y a Álex por una acusación de lesiones, pero no para Juan, que estaba en principio acusado de desórdenes y altercado en la vía pública, para lo que se pedía dos años de cárcel y una multa, como al resto de los detenidos aquella noche. “Le aplicaron el riesgo de fuga del país. Está claro que cuando eres inmigrante, eres culpable.”
PRISIÓN PREVEN(GA)TIVA
Su primera noche fue en La Modelo y de allí fue trasladado a La Trinidad, su “hogar” durante los siguientes dos años. Se esperaba un juicio rápido y unas condenas fáciles que complacieran a las autoridades. Al fin y al cabo, ¿a quién le iba a importar la suerte de “tres sudacas”?
“Pero el tiro les salió por la culata”, apostilla Rodrigo. Un fuerte campaña de apoyo en Catalunya, en todo el Estado español y hasta en Chile hizo que el caso de Rodrigo, Álex y Juan no cayera en el olvido y mantuviera la presión mediática a lo largo del juicio.
“No me cansaré de dar las gracias no sólo a mi familia y a mi gente, sino a los compañeros de la Universidad donde estudiaba Historia, a los periodistas y a toda las personas que me apoyaron en la calle. Recibía cartas a diario de desconocidos que me escribían simplemente para darme fuerzas. Eso era lo que más les jodía a los funcionarios”.
POR FIN EL JUICIO
Durante el juicio Rodrigo tuvo motivos para sentirse optimista. Las declaraciones de los agentes eran contradictorias, mientras que las de los testigos y acusados eran muy coherentes entre sí. Además, el informe forense era concluyente: las heridas provocadas por una piedra lanzada de la forma como se aseguraba por parte de la acusación no podía haber causado la muerte al guardia urbano. Esa “presunta piedra homicida” hallada por la policía en un terrado a tres manzanas del lugar de los hechos. No había más pruebas como sangre o huellas dactilares debido a que el Servicio de Limpieza de la ciudad había barrido y limpiado el suelo de la calle antes de que llegaran los investigadores. Quién dio la órden de semejante irregularidad es un misterio a día de hoy.
Hasta había una declaración, recogida por la radio y ratificada después por televisión, del entonces alcalde de Barcelona, Joan Clos (PSC) que afirmaba según informes del Ayuntamiento de la Ciudad Condal, que la muerte del agente fue causada por una maceta arrojada desde una azotea del edificio. Joan Clos se ratificó en este sentido dos años después, pero nunca se admitió esta información en el juicio.
Conforme avanzaba el proceso y se iban desmontando las acusaciones, la petición inicial de dieciséis años por homicidio se iba rebajando hasta una petición final de cuatro años y medio de prisión. La defensa de Rodrigo recurrió la pena impuesta ante Tribunal Supremo de Madrid el pasado junio, en la esperanza de rebajar la condena por debajo de los cuatro años. Sin embargo, el Tribunal Supremo elevó la pena hasta cinco años y le añadió una indemnización civil por importe de 390.000 euros.
PRISIÓN DEFINITIVA, PRESIÓN INDEFINIDA
En la actualidad Rodrigo espera que los jueces dicten su ingreso en prisión definitivo, para cumplir los tres años que le faltan. Esta decisión es recurrible, pero no impide que entre ya en la cárcel.
Rodrigo se muestra firme en sus convicciones ante tanta adversidad. “No cambiaría nada de lo que hice aquella noche...salvo correr un poco más”, bromea. “La justicia española, como el resto de los sistemas judiciales del mundo, tiene un fin económico. La mayoría de la gente está en prisión no por lo que hizo, sino por el estrato económico al que pertenece.”. Y sentencia. “La Justicia es algo demasiado grande para meterla en una sala y ponerla en la boca de una persona. Se equivocan si creen que la justicia es lo que dice un juez”
“La cárcel te destruye como persona. También destroza a tu familia y por supuesto te arruina económicamente. Mi madre ha sacrificado su pareja, su trabajo, su vida. Ha envejecido una década en estos dos años”, se lamenta. Sin embargo, madre e hijo coinciden en ver que el mundo tal y como es ahora está muy mal y que “hay que luchar para cambiarlo.”
Pase lo que pase, saben que no están solos. La campaña por su indulto continúa.
www.boirabaixa.cat
jueves, 8 de octubre de 2009
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